jueves, 5 de noviembre de 2009

Cuento de Ultratumba


Un pensamiento extraño me despertó de mi letargo, estaba demasiado aturdido como para percatarme de mi triste situación…
lo último que recuerdo es el estar plasmando pensamientos en uno de mis escritos, cuando de repente, me sentí ahogado y una fuerte punzada en el pecho me nublo la vista; me pregunto dónde estoy, todo se encuentra oscuro y no puedo ver nada. Intento levantar mis brazos, ya que me siento algo entumecido. Pero ¿que es esto? una especie de barrera me lo impide.
Con desesperación intento levantarme pero estoy en un espacio muy reducido, en ese momento mi mente se esclareció,  reconocí el aroma que me envolvía. Era el olor de la muerte... ese que hay en los funerales, lo recuerdo muy bien, es el mismo que estaba presente en el velorio de mi abuelo. El mismo que hace tiempo me helaba las entrañas y me erizaba el cabello…  ahora ese horrible aroma no solo me envolvía, sino que también, emanaba de mi interior, pero no lo podía comprender, yo estaba vivo, ¿cómo es que nadie se percato de ello?  ahora me encontraba atrapado en esa caja rectangular, atrapado en un féretro y posiblemente varios metros bajo tierra, aunque estuviera vivo desearía haber sido cremado. Así no tendría que sufrir una muerte lenta y horrible como la que me esperaba, morir de hambre y sed, ¿cuánto tiempo me quedaría de aire? pasé pensando en eso muchas horas, días diría yo, tantos que llegué a creer que era mi maldición permanecer en ese estado por toda la eternidad. Cuando de un momento a otro, escuché un extraño sonido que provenía del exterior de mi perpetua prisión, era un sonido metálico que se estrellaba contra la cubierta superior, - una pala pensé- entonces empecé  a gritar como loco, era una sensación parecida al frio, como si un electrodo se hubiera estrellado en mi cerebro, era angustia, bienestar, impaciencia… era desesperación. Intenté abrir mi féretro pero por más que empujaba la tapa no cedía, me di por vencido y decidí seguir esperando, cuando de repente empezó a filtrarse una luz roja y lentamente el ataúd se fue abriendo, alcance a ver la silueta de un hombre, y a su espalda el lugar de donde provenía aquella luz, era la luna, una roja como sangre, solo entonces pude detallar a aquel anciano, de cabellos cobrizos que caían hasta su cintura, de aspecto cansado, piel ajada, rostro y manos huesudas en las que empuñaba una pala. Aunque llevaba tanto tiempo allí encerrado, no me sentía débil ni tenía hambre, así que me incorpore rápidamente, me asombró ver que no estaba enterrado tan profundo como creía, así que asome la cabeza fuera del agujero, la escena que presencie fue la más espantosa, tanto que no podría expresarlo en este, mi último escrito, me quedé helado, percibí una risilla aguda a mi espalda que fue haciéndose cada vez más gruesa hasta convertirse en una risotada siniestra, gire la cabeza con el pánico recorriendo mi cuerpo, vi que el anciano cambiaba su carcajada por la sonrisa mas tétrica  y fría que había visto -pensé que un ser humano no podía tener un aura tan macabra- el me miró a los ojos y mientras cerraba mi ataúd, exclamó:    Chico, Bienvenido al infierno.

Luna,
Espejo de mi alma
anhelo inalcanzable
por qué dejas de mirarme
cuando la poesía me abandona